House of Vans
Punk y grunge, los invitados al House of Vans CDMX
Skate, estilo, música y mucha diversión se dieron cita en el House of Vans de la CDMX. ¿Que qué tan bueno se puso? Pues entérate a continuación.Desde que Paul Van Doren confeccionó la mítica suela de hexágonos y rombos de sus Vans, los skaters se sintieron atraídos de inmediato por ese wafle bajo sus pies que evitaba que se derraparan en las pistas y rampas de sus barrios. Y de ahí ya no hubo marcha atrás, pues la marca solo se extendió como la humedad, abrazando no solo a surfers, ciclistas y amantes de las patinetas, sino también a la música, a quien volvió su hija pródiga y la anfitriona del House of Vans.
El pasado 9 de diciembre, la marca nacida por allá de los años 60, replicó este espacio en la mera Ciudad de México, muy cerca de metro Mixcoac, exactamente en el número 6 de la calle Rubens, en la colonia San Juan.
Además de tener actividades recurrentes relacionadas con la cultura skate, en esta nueva casa de Vans han habido invitados que con su música han cimbrado los muros, techo y rampas de esa casa, tal como los hicieron Cardiel, Margaritas Podridas y Chingadazo de Kung Fu la noche del 16 de diciembre.
Rumbo a la casa de Vans
Mi sister y yo nos quedamos de ver a la mitad del ande de estación Mixcoac. Una vez ahí ambas caminamos hacia las escaleras eléctricas, mientras platicábamos de como había estado el día en nuestras respectivas chambas. Una vez afuera, abrí mi Google Maps para ubicar chido la dirección y en corto dimos con el lugar, luego de andar un par de cuadras. Pero las tripas ya me estaban dando guerra, por lo que, de común acuerdo, decidimos ir por el monchis y así no entrar con el estómago vació.
Después de haber echado la botanita, ahora sí llegamos a la entrada principal de House of Vans. Y como ha sucedido en otros eventos musicales, los de seguridad nos pidieron el certificado de vacunación o la famosa prueba Covid, con un negativo, por supuesto. Una vez hecho esto nos dieron acceso, pidiéndonos una revisión de rutina, por lo que extendimos los brazos para los toqueteos acostumbrados, sin agandalle ni mucho menos, y enseguida pasamos por los respectivos gafetes de prensa.
Aun no me lo colgaba en el cuello cuando, desde el fondo de aquella pista para patinar, se escuchó un madrazo que emergía de dos instrumentos que escupían una ráfaga de sonidos infernal. De inmediato ubiqué que se trataba del dueto Cardiel, un duo venezolano que llegó a la capirucha hace unos años para hacer de ella su nueva casa.
Sin esperar a mi carnala, me abrí paso hacia el escenario y no pude evitar aplicar el tradicional headbanging que hace un chingo no hacía en un evento en vivo. Rolas como Ghetto By The Sea, Sheriff Hernandez y Tabla no tardaron en salir de los amplificadores, mientras que la batería de Samantha Ambrosio y la guitarra de Miguel Fraino sonaban endemoniados y rasposos, apoderándose de los asistentes que, sin guardar la sana distancia y con algunos cubrebocas sobre la boca o cubriendo el cuello, movían la cabeza enloquecidos.
El punk de Cardiel coqueteó durante toda su presentación con el público que no paraba de moverse ni de armar el desmadre en aquel slam donde sudorosos cuerpos se rosaban unos con otros, valiendo madres el bicho que por casi dos años nos ha tenido con miedo y encerrados.
Luego de una hora las batacas dejaron de golpear los bombos y los salvajes riffs de la lira cesaron, pero no el ambiente desenfrenado que se vivía dentro de estas cuatro paredes y la pista skate que teníamos bajo nuestros Vans.
Aprovechando el breve receso, mi carnala y yo nos dimos una chelita, no sin antes celebrar con un brindis su primer concierto en vivo y el segundo mío, porque para ese entonces ya tenía en mi haber el conciertazo que dieron Peter Murphy y compañía en el Parque Bicentenario, a finales de octubre.
Tras unos sorbos de esa chela fría, salió el aroma de las Margaritas Podridas y la audiencia se dejó envolver con su garage, grunge y toques punk. Canciones como Parabrisas, Cock Diesel, Malign y Porcelain Mannequin solo avivaron el slam que ya morras y vatos se traían desde Cardiel, y los torsos encuerados, así como la dotación de putazos, se veían a unos centímetros de nosotras y a través de pantallas de celulares.
Después de 50 minutos, el cuarteto de Hermosillo, Sonora se despidió entre aplausos y piropos para la chida Caro, quien durante toda su presentación no escatimó en gritos y contorsiones sobre el escenario.
Y para cerrar esa noche Chingadazo de Kung Fu saltó al entarimado y con ello los cubrebocas dejaron de envolver las bocas de los asistentes para entonar recio rolas como No lo tomes a mal, La fiesta terminó, Sigo perdiendo y Azul Turquesa, y los tenis voladores nomás se veían sobre las cabezas de los fans.
La neta es que a mis 30 y tantos ya me pesa estar mucho tiempo de pie, por lo que decidimos partir de la casa de Vans antes de que terminara. Mientras caminábamos hacia el metro no dejaba de recordar las caras de rogocijo de los que estuvimos ahí, rostros que no podían disimular lo chingón que era volver a los conciertos en vivo, los cuales espero y ruego no vuelvan a apagarse, por el bien de una industria gigantesca, y por supuesto por mi salud mental, física y espiritual.